ARTICULOS
Return    Anterior - Siguiente    Forward

No Os Conozco


Las 10 Vírgenes- Capítulo 9 de 12

Estas palabras “No os conozco” son muy duras. Especialmente viniendo de parte de Dios. Si él las pronuncia sobre mí, significa que estaré eternamente excluído de Su Presencia. Para quien hoy es miembro de la Iglesia de Cristo Jesús, estas palabras son difíciles de aceptar, mas Jesús las repitió en dos oportunidades. La otra se menciona en el mismo evangelio, Mt. 7:21-23, y aquí Jesús termina agregando “hacedores de maldad”.

¿Será que hay relación entre ambos textos? ¿Cómo saberlo? Mas a la vez, ¿quién se atreve a negarlo? Y si no estamos en condiciones de negarlo, es mejor tener en cuenta esas palabras. Lo notable es que estas cosas son dichas a quienes estaban activos en sus vidas religiosas, y no justamente en actividades comunes, sino ¡en profecía, en echar fuera demonios y en hacer milagros! ¿No es parecido a lo que se ve en la parábola de las vírgenes? Estas muchachas eran sinceras, y el aceite de sus lámparas era verdadero aceite, y la mecha era verdadera, y su anhelo de encontrarse con el esposo era genuino. ¿Por qué entonces estas palabras?¿Muestran los contextos de estos pasajes que se puede ser cristiano, y obrar hasta milagros, pero sin embargo quedar excluído de la comunión eterna con nuestro Salvador?

El diccionario dice que conocer es: Averiguar la naturaleza, cualidades y relaciones de las cosas; tener trato con alguien, o saber acerca de algún asunto. Esta expresión también se utiliza figurativamente para indicar la relación física íntima que existe en el matrimonio entre el hombre y su esposa. Estos diferentes matices de la palabra conocer tienen un punto en común: Todas exigen “un ir hacia ” aquello que se quiere conocer, o con quien se desea entablar una relación, o “un dejarse conocer” por el otro que desea conocerlo a uno.

La palabra conocer incluye el concepto de unión, pero más que solamente unión, también da a entender que hay más que algo simplemente superficial o protocolar. Uno puede decir “He estado allí”, lo cual no siempre significa que conozca bien el lugar. Lo ha visto, pero ¿conoce? ¿Puede indicar los nombres de las calles, o qué transporte utilizar para llegar hasta aquél monumento? ¿Puede decir cuáles son las calles comerciales, y dónde encontrar tal o cual restaurante? Uno puede decir “Lo conozco”, pero apenas vio al otro por televisión. Y aunque lo vea a menudo, porque es el conductor del noticioso del mediodía, ¡el otro no lo conoce a uno! El conocerse de dos enamorados que se unen en matrimonio es más profundo que el de compañeros de trabajo, y es más de lo que puedan conocerse los vecinos, aunque estos se conozcan por varios años. Es que con los compañeros hay puertas del corazón que no se abren, hay aspectos del ser que no se mencionan, uno no se anima con ellos. En cambio con la amada o el amado sí se abren esas puertas, y se hallan también abiertas las puertas del corazón de quien a uno le ama. Se conocen.

Para que Jesús no dirija hacia nosotros aquellas terribles palabras, mejor deseemos que Jesús conozca lo que somos. ¿Pero cómo?¿Qué debemos hacer?

Cierto domingo de Febrero en 1996, el Pastor Pablo Manzewitsch fue invitado a predicar a nuestra iglesia y a medida que escuchaba sus palabras, entendí que respondía a esa pregunta:¿Cómo haremos para que Jesús nos conozca?

Estas fueron algunas de sus palabras:

"Vamos a leer un pasaje en las Sagradas Escrituras, en el libro de San Lucas, capítulo 19, versículo 1 hasta el 10. Es un pasaje muy conocido sobre el cual el Señor trajo a mi corazón algunos pensamientos. Una historia de la vida real del ministerio de nuestro Señor Jesucristo aquí en la tierra, en su cuerpo; en persona. En los días cuando él caminaba esta tierra con los pies de un hombre.

“Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad. Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico, procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura. Y corriendo delante, subió a un árbol sicómoro para verle; porque había de pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa. Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador. Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.”

Qué depósito, qué mina de gracia y de gloria. Qué depósito de amor, de misericordia en este pasaje. Dice mucho más de lo que por ahora podemos entender o discernir, y Dios irá revelando paso a paso.

Como introducción digo qué feliz me siento, qué quebrado y enternecido mi corazón, porque él vino a posar con un hombre pecador. Sino hoy no estaría parado aquí . Estoy solamente porque este Jesús a los pecadores recibe y con ellos come. Hubo una vez una grave acusación contra Jesús por la cual los fariseos, que confiaban en la justicia propia, querían matarlo. En el tribunal presentaron esta acusación: éste a los pecadores recibe y con ellos come. Es la gloria del Evangelio. ¿Dónde estaríamos nosotros? ¿Sabe por qué Le amo tanto? Porque éste todavía a los pecadores recibe y con ellos come.

Pero veamos un poco a Zaqueo. Quería conocer a Jesús, había escuchado su fama, había escuchado su renombre. Solo que tenía un problema; no era muy alto de estatura, era pequeño. Superó esa dificultad subiéndose a un árbol sicómoro, que es muy frondoso. Sus hojas son tupidas y tiene una fronda bastante cerrada.

Este hombre, Zaqueo, no era bueno. Era malo, como todos nosotros. Jefe de los publicanos, era pecador; no era honesto en sus negocios. Tenía conciencia de maldad y también fue consciente de que se encontraba ante un ser santo. Más tarde lo admitió. Se quedaba con la recaudación, exigía más de lo que tenía que exigir para el beneficio propio, y así. Pero tenía una curiosidad tremenda. Quería conocer quien era Jesús y no quería dejar la ocasión porque Jesús precisamente iba a pasar por el lugar donde él estaba. Entonces se las arregló como a veces nos las arreglamos nosotros. él quería conocer a Jesús, pero se escondió para no ser conocido por él. Quiso conocer a Jesús pero se atrincheró para que Jesús no lo conociera a él. De paso le robaría una bendición y además les contaría a sus seres queridos o amistades: —Yo lo conocí, yo lo vi. ¿Sabe Usted cuánta gente hoy dice que conoce a Jesús pero no permiten que él los conozca? Tanta gente viene, pero se esconden en sus escondrijos. ¿No fue ese el pecado de Adán y Eva? Después de haber infringido la ley se escondieron detrás de los árboles. De eso hay algo en nosotros. Es parte de nuestra naturaleza que queremos lo de Dios, queremos conocer, queremos (yo hasta diría robarle) una bendición, queremos por ahí poder testificar:

—Yo conocí a Jesús, yo vi sus milagros, yo vi como oraba, yo estuve en una reunión, estuve en una plataforma muy alta, estaba observando como los ciegos veían, como se levantaban los paralíticos. Pero si de pronto le preguntan:

—¿Y que te dijo?

—No,...nada. Porque... yo no me abrí... yo no me dejé conocer...

Cuando Jesús se detuvo, Zaqueo se puso contento. Justo paró aquí y va a obrar milagros a la sombra donde yo estoy..., pensó. Se quedó quietito... Que cerquita estoy de Jesús... ¡cómo voy a contar las cosas que hizo, los milagros que he visto! El Señor entonces vuelve la cabeza hacia arriba y dice:

—Zaqueo... ¡Uy que desgracia! Conoce quien soy, me conoce por nombre...

—Baja del árbol.

Qué humillación delante de todos para éste servidor público; un funcionario público bajando del árbol... Cómo el Señor sabe humillarnos, ¿no?

—Porque hoy es necesario que yo pose en tu casa.

No te conformes Zaqueo con conocerme de lejos. Yo tengo una bendición más grande para tí. Si eres capaz de bajar del pedestal donde estás encaramado y abrir la puerta de tu casa, yo entraré. Y no solamente tendrás la posibilidad de contar que conociste a Jesús, sino que además te convertiré, te haré un hijo de Abraham.

Si quieres recibir el testimonio del Espíritu Santo de la boca de Jesús, el Hijo de Dios, “Hoy ha venido la salvación a esta casa, porque él también es hijo de Abraham”, entonces hoy es necesario, no es una opción, tendrás que dejarme entrar en tu casa.

Descendió, le recibió en su casa. Ahora es cuando tu casa puede ser morada de Dios. Abrió la puerta de su casa. No extendió una mano y robó una bendición: Ah, el Señor me sanó y me bendijo y me properó. Sino que abrió la puerta de su casa y dijo:

—Si esto va en pérdida de mis intereses económicos, venga en pérdida. Aunque esto vaya en pérdida de mi honor y reputación yo admito mi pecado. Si esto resta a mi influencia como hombre de bien y quedo descubierto delante de los colaboradores y funcionarios bajo mis órdenes, —porque no estaba solo en su casa, sino que dice la Escritura que se paró delante de todos y confesó su pecado—, que venga. Pero tendré la gloria de que él entró a mi casa y me cambió, me transformó, me limpió.

Hermanos, tantas veces y por tantos años vimos a Jesús pasar. Hemos tendido nuestras manos, muchos hemos tocado el borde de sus vestiduras, fuimos sanados, recibimos bendiciones. Muchas veces vino él a nosotros, vino él a Jericó, vino él a Samaria, vino él a Galilea... vino él a nosotros. Fuimos tocados, tuvimos experiencias gloriosas. Caímos bajo el poder, sanados, con gozo, con hablar en lenguas, pero todavía la llave de nuestra casa está en nuestro bolsillo... en nuestras manos... Ya es el tiempo que vayamos a él. Es tiempo que nosotros nos abramos a él. “Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente”. No nos acostumbremos, hermanos, a que cuando vengan ministerios que trabajan, luchan, ayunan, oran y traen un tremendo ambiente de la gracia de la gloria de Dios y... oh, que hermoso fue...solamente lo disfrutemos.

Llega el tiempo cuando el Espíritu Santo traerá conciencia a cada corazón, a cada niño, a cada joven, a cada grande, de empezar a ir a adorar a Dios. No a esperar que me hagan un cultito, sino que a un encuentro personal con un Dios personal. Haya uno, haya diez, haya doscientos, haya cuantos hubiera, yo voy a abrir la puerta de mi casa, Le voy a ofrecer mi adoración, Le voy a dar mi amor, me voy a descubrir al abrir la puerta de la casa. A Zaqueo Jesús le descubrió todo lo que estaba mal. Este hombre tenía dos posibles respuestas. Una era: —Ah, no, no puede hacer eso, ¡imagínese qué pueden pensar mis subordinados! Toda mi gloria, todo mi honor,... me voy a quedar más petiso de lo que soy ahora, porque mi imagen va a caer en los ojos de mi pueblo.

Pero respondió diciendo: —No me importa, yo quiero tener este testimonio que dice“Hoy ha venido la salvación a esta casa.”

Déjeme decirle un poquito en cuanto a la casa, a la familia. No quiero ser dogmático, pero si abre la puerta de su casa, él va a entrar a morar en su casa, no porque será un cristiano que profesa una religión, que va al templo a adorar y que vuelve a su casa, sino que Usted será morada de Dios y su casa será habitada por él. El ambiente de la presencia de Dios estará allí.

¿Quién convenció al mismo Zaqueo de su pecado? El ambiente de la presencia de Cristo, al entrar en la casa, la convicción vino sobre él. No necesitamos más religión en nuestras casas, no necesitamos más doctrina; necesitamos vivir el evangelio que hemos oído. Necesitamos abrir nuestros corazones y ser cristianos genuinos, no cristianos de los templos, no cristianos de los domingos u horas de culto. Ser cristianos teniendo conciencia plena de que él es el huésped invisible en mi mesa, oyente silencioso en mis conversaciones.

Si hay alguien que abra la puerta, no solamente a él le conocerá el Señor, le dará sus milagros y sus bendiciones, pero por haberse descu bierto, por haber salido de la fronda del árbol que lo ocultaba, ese halo de la presencia de Dios irá también a santificar su casa.

Y cuando lo recibió en su casa se dio cuenta de la condición de su corazón. Cuando dejó entrar a Jesús en su casa que es, en otras palabras, que él quería conocer a Jesús, ¡resultó que Jesús lo conoció a él! Al abrir su casa, Jesús entró y conoció a Zaqueo.

El apóstol Pablo empieza diciendo: “Cuando conocimos...”, pero entonces cambia y dice: “cuando fuimos conocidos por él”. ¿él te conoce? Sí, te conoce por nombre. ¿Pero le abriste la puerta de tu casa? ¿Tal como soy, sin más decir?

—Si tengo que cambiar algo, lo voy a cambiar; si tengo que cambiar todo, lo voy a cambiar, pero... ¡entra Jesús!

—Si tengo que dar marcha atrás, si tengo que retirar mis dichos, si tengo que cambiar mis conceptos, si tengo que arrepentirme de mis palabras, me voy a arrepentir, no tengo nada que perder... Por la gloria de la excelencia de que él haya entrado en mi casa.

Y de ninguna manera, querido hermano, seamos quienes seamos, tendremos plena luz y conciencia de nuestra indignidad, de nuestra bajeza, de nuestra pecaminosidad, sino hasta que lo dejemos entrar a él en nuestra casa. Puedes conocerlo de paso, puedes conocerlo en los cultos, puedes conocerlo haciendo milagros, puedes aplaudir, cantar hosannas; pero no en muchas casas entró él. Sin embargo, es necesario que Jesús entre a nuestra casa, porque Zaqueo se dio cuenta de la condición de su corazón y tomó conciencia de pecado y bajo convicción de pecado se arrepintió después que Jesús hubo entrado a su casa. Fue entonces que públicamente confesó. Y allí fue que vino para él de la boca de Jesús el testimonio: “él es hijo de Abraham y ha venido la salvación a esta casa”. De la boca de Jesús salió el testimonio de que era hijo de Abraham, y que había venido la salvación a esa casa. ¿Cuándo? Cuando lo dejó entrar, cuando lo recibió en su casa. Es más que ser bendecidos, es mucho más que tener un lindo culto. Queridos hijos, queridos jóvenes, queridos grandes, él te conoce por nombre, déjalo entrar... Deja penetrar la luz eterna en tu ser, deja que esa luz te escudriñe por dentro, deja de esconderte, deja de venir con tu arbolito al culto, o con tu sombrilla por las dudas. El que pierde es uno.

Yo quiero abrir la puerta de mi casa. ¿Adónde huiré de tu presencia? ¿Adónde huiré de tu Espíritu? ¿Adónde? Señor, si Tú me conoces. Detrás y delante me rodeaste, sobre mí pusiste tu mano y mi embrión vieron tus ojos. Me conoce por nombre ¿Quién le dijo? ¿Alguien le chusmeó? No, él le miró y le dijo: —Zaqueo, ya antes de la fundación del mundo te vi encaramado en ese árbol; te conozco. Tú quieres realmente conocerme, Zaqueo? Déjame entrar en tu casa, deja que Yo te conozca a ti.

Querido hombre, ¿hasta cuando estarás escondido detrás de tus religiones y conceptos? ¿ Por qué no abres tu corazón y le dices como el rey David “Escudriña mi corazón. Pruébame, oh Dios, y ve si en mí hay caminos de perversidad.” Cuando dice prueba mis pensamientos quiere decir prueba mi intención.

¿Qué es lo que me motiva? ¿Hasta cuándo, querido, vas a esconderte? Charlas con otros escondido allí en el árbol y te vas. Y salimos a testificar por la calle: —Vimos a Jesús... ajá... —Y vimos milagros... está bien, no está mintiendo. Me gusta esta canción “He visto a Cristo” pero sé que él me vio también y entonces todo lo que viví ya no me importa, porque nunca jamás seré el mismo de entonces.

Yo no pregunto esta mañana cuántos conocen a Jesús porque con tanto tiempo en la iglesia seguramente han visto milagros y han visto a Jesús obrar. Yo sé que lo conoces, pero déjame preguntarte de otra manera: ¿Te conoce él? ¿Te dejaste conocer?

Voy a darle algunas escrituras.

La parábola de las diez vírgenes. Las fatuas vinieron y dijeron: —Déjanos entrar. Mas él les dijo: —Yo nunca os conocí.

En otro evangelio leemos:

—En nuestras plazas has predicado, delante de Ti hemos comido, en Tu nombre hicimos milagros.

—Apartaos de mí, hacedores de maldad, nunca os conocí.

¿Me entiende?

—¡Pero te conocemos Jesús! Usted sabe que también demonios vinieron a postrarse delante de él diciendo: —Jesús, te conocemos.

¿Y eso qué? ¿Te conoce él a tí? A unos les dijo: “—Entren benditos...” , y a otros: “—No, no pueden entrar, porque no me dejaron conocerlos. Fueron bendecidos mas no se dejaron conocer...” Conóceme, oh Dios, escudriña mi corazón. Te abro mi corazón, no importa la revolución que esto produzca, conoce mis pensamientos.

Con razón Dios dijo de David: “Hallé un hombre conforme a mi corazón”. Porque David se desnudó en su presencia y rogó: “—Señor, en pecado fui concebido, en maldad fui concebido, en pecado fui formado. Conóceme, yo no me conozco. Por favor escudriña mi corazón”.

¿Dejarás que él te conozca? Sino, puedes esperar a que él diga: —Nunca te conocí.

Zaqueo exclamó: —Yo lo conozco. Jesús respondió: —Pero Yo no te conozco. Sé que te llamas Zaqueo, pero déjame entrar, déjame alumbrar, déjame transformar.

Me imagino que Zaqueo mandó avisar a la casa que rápido fuesen y escondiesen las cosas, pues iría Jesús. Nosotros sabemos cómo barrer la casa y poner la basura debajo de la alfombra. Sabemos como abrir el ropero el domingo a la mañana y colocarnos la máscara de evangélico para cantar glorias en la iglesia; después venimos y la colgamos y otra vez ser lo que realmente somos.

En una de esas los estoy acusando, pero yo sé que cuando él entra saca a luz. ¡He visto tantas cosas en este tiempo! Sin siquiera predicar, y con gente que no ha tenido en su mano una Biblia, cuando abrieron su corazón entró Jesús y empezaron a confesar, revelación del cielo, conciencia de pecado, conciencia de la misericordia de Dios. Eso está pasando en todo el mundo. ¿Cómo es posible? Y por otro lado, ¿cómo se explica que una persona de años de crianza en el evangelio, está escondido, y escondiendo cosas debajo del poncho? Nunca se dejó conocer.

Acá estoy, Señor, conóceme. Conóceme, alúmbrame, transfórmame... Y le cito solamente otro pasaje. Dice que algún día lo conoceremos como fuimos conocidos por él.

Pongámoslo en otras palabras, le conoceremos si fuimos conocidos por él. Pongámoslo en otras palabras... Le conoceremos tanto cuanto nos hemos dejado conocer por él. Desnúdate en su presencia, de todos modos no hay nada oculto en Su Presencia. Sus ojos son como llamas de fuego; él sabe que tú eres un Zaqueo; no importa que te creas gigante, él sabe que eres petisito... No importa tu función pública o lo que sea... déjate conocer. Abre a él tu corazón. ábrete. ábrete.

Tanta gente me dice: —Pastor, cuando abrí mi corazón Dios me mostró cosas que yo nunca había sacado a luz. Recién pude ver que eso es abominación delante de Dios cuando le abrí mi corazón y él entró. Y ahora yo quiero sacar fuera esto inmundo."

Esa fue aquella predicación. Y quedó claro: El No os conozco de la parábola no tiene que ver con el “conocimiento” de Dios, pues él está en todas partes y todo lo ve. Nada Le está escondido, desde lo más alto del cielo, de donde vino, hasta lo más profundo del infierno, por donde pasó para dejar allí nuestros pecados. Obviamente, no es un conocer de lo externo, pero tampoco es un querer conocer lo profundo en nosotros, lo escondido, porque también ya conoce hasta lo más recóndito de nuestro ser.

¿Entonces, de qué clase de conocer habla?

Las palabras de Jesús no hablan de “conocimiento”. Conocer , dijimos al principio, implica una unión, y el diccionario nos enseñaba que conocer es averiguar la naturaleza y las cualidades de algo. Lo que Jesús está diciendo no es “abre la puerta de tu ser para que yo pueda saber lo que hay en tí”. él ya lo sabe.

Lo que dice es:

—Abre tu ser para que Yo entre.

él quiere hacer morada en nuestros corazones. Si las diez vírgenes representan a todos los redimidos, a toda la iglesia, ¿puede ser que Jesús esté advirtiendo con esta parábola que tanto como la mitad no lo dejan entrar en sus vidas?

Y otra vez,...

¿Muestran los contextos de estos pasajes que se puede ser cristiano, y obrar hasta milagros, y a pesar de eso quedar excluído de la comunión eterna con nuestro Salvador, solamente por no haberle dejado entrar en nuestro corazón?

Return    Anterior - Siguiente    Forward