Estas palabras “No os conozco” son muy duras.
Especialmente viniendo de parte de Dios. Si él las pronuncia sobre mí,
significa que estaré eternamente excluído de Su Presencia. Para quien hoy es miembro de la Iglesia de Cristo Jesús,
estas palabras son difíciles de aceptar, mas Jesús las repitió en dos oportunidades.
La otra se menciona en el mismo evangelio, Mt. 7:21-23, y aquí Jesús termina
agregando “hacedores de maldad”.
¿Será que hay relación entre ambos
textos? ¿Cómo saberlo? Mas a la vez, ¿quién se atreve a negarlo? Y si no
estamos en condiciones de negarlo, es mejor tener en cuenta esas palabras. Lo
notable es que estas cosas son dichas a quienes estaban activos en sus vidas
religiosas, y no justamente en actividades comunes, sino ¡en profecía, en echar
fuera demonios y en hacer milagros! ¿No es parecido a lo que se ve en la
parábola de las vírgenes? Estas muchachas eran sinceras, y el aceite de sus
lámparas era verdadero aceite, y la mecha era verdadera, y su anhelo de
encontrarse con el esposo era genuino. ¿Por qué entonces estas
palabras?¿Muestran los contextos de estos pasajes que se puede ser cristiano, y obrar hasta milagros, pero sin embargo quedar excluído
de la comunión eterna con nuestro Salvador?
El diccionario dice que conocer
es: Averiguar la naturaleza, cualidades y relaciones de las cosas; tener
trato con alguien, o saber acerca de algún asunto. Esta expresión también se
utiliza figurativamente para indicar la relación física íntima que existe en el
matrimonio entre el hombre y su esposa. Estos diferentes matices de la palabra conocer tienen un punto en
común: Todas exigen “un ir hacia ”
aquello que se quiere conocer, o con quien se desea entablar una relación, o
“un dejarse conocer” por el otro que desea conocerlo a uno.
La palabra conocer
incluye el concepto de unión, pero más que solamente unión, también da a
entender que hay más que algo simplemente superficial o protocolar. Uno puede
decir “He estado allí”, lo cual no siempre significa que conozca bien el
lugar. Lo ha visto, pero ¿conoce? ¿Puede indicar los nombres de las calles, o qué
transporte utilizar para llegar hasta aquél monumento? ¿Puede decir cuáles son
las calles comerciales, y dónde encontrar tal o cual restaurante? Uno puede
decir “Lo conozco”, pero apenas vio al otro por televisión. Y aunque lo
vea a menudo, porque es el conductor del noticioso del mediodía, ¡el otro no lo conoce a uno! El conocerse de dos enamorados que se
unen en matrimonio es más profundo que el de compañeros de trabajo, y es más de lo que puedan conocerse los
vecinos, aunque estos se conozcan por varios años. Es que con los compañeros
hay puertas del corazón que no se abren, hay aspectos del ser que no se
mencionan, uno no se anima con ellos. En cambio con la amada o el amado sí se
abren esas puertas, y se hallan también abiertas las puertas del corazón de
quien a uno le ama. Se conocen.
Para que Jesús no dirija hacia nosotros
aquellas terribles palabras, mejor deseemos que Jesús conozca lo que somos.
¿Pero cómo?¿Qué debemos hacer?
Cierto domingo de
Febrero en 1996, el Pastor Pablo Manzewitsch fue invitado a predicar a nuestra
iglesia y a medida que escuchaba sus palabras, entendí que respondía a esa
pregunta:¿Cómo haremos para que Jesús nos conozca?
Estas fueron algunas de
sus palabras:
"Vamos a leer un pasaje en las Sagradas Escrituras, en el libro
de San Lucas, capítulo 19, versículo 1 hasta el 10. Es un pasaje muy conocido sobre el cual el
Señor trajo a mi corazón algunos pensamientos. Una historia de la vida real del ministerio
de nuestro Señor Jesucristo aquí en la tierra, en su cuerpo; en persona. En los
días cuando él caminaba esta tierra con los pies de un hombre.
“Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba
pasando por la ciudad. Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de
los publicanos, y rico, procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa de
la multitud, pues era pequeño de estatura. Y corriendo delante, subió a un
árbol sicómoro para verle; porque había de pasar por allí. Cuando Jesús llegó a
aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa,
desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa. Entonces él
descendió aprisa, y le recibió gozoso. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo
que había entrado a posar con un hombre pecador. Entonces Zaqueo, puesto en
pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y
si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo:
Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de
Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había
perdido.”
Qué depósito, qué mina de gracia y de gloria. Qué
depósito de amor, de misericordia en este pasaje. Dice mucho más de lo que
por ahora podemos entender o discernir, y Dios irá revelando paso a paso.
Como introducción digo qué feliz me siento, qué
quebrado y enternecido mi corazón, porque él vino a posar con un hombre
pecador. Sino hoy no estaría parado aquí . Estoy solamente porque este Jesús a
los pecadores recibe y con ellos come. Hubo una vez una grave acusación contra
Jesús por la cual los fariseos, que confiaban en la justicia propia, querían
matarlo. En el tribunal presentaron esta acusación: éste a los pecadores recibe y con ellos come.
Es la gloria del Evangelio. ¿Dónde estaríamos nosotros? ¿Sabe por qué Le amo
tanto? Porque éste todavía a los pecadores recibe y con ellos come.
Pero veamos un poco a Zaqueo. Quería conocer a
Jesús, había escuchado su fama, había escuchado su renombre. Solo que tenía un
problema; no era muy alto de estatura, era pequeño. Superó esa dificultad subiéndose
a un árbol sicómoro, que es muy frondoso. Sus hojas son tupidas y tiene una fronda bastante cerrada.
Este hombre,
Zaqueo, no era bueno. Era malo, como todos nosotros. Jefe de los publicanos,
era pecador; no era honesto en sus negocios. Tenía conciencia de maldad y
también fue consciente de que se encontraba ante un ser santo. Más tarde lo
admitió. Se quedaba con la recaudación, exigía más de lo que tenía que exigir
para el beneficio propio, y así. Pero tenía una curiosidad tremenda. Quería conocer
quien era Jesús y no quería dejar la ocasión porque Jesús precisamente iba a
pasar por el lugar donde él estaba. Entonces se las arregló como a veces nos
las arreglamos nosotros. él quería conocer a Jesús, pero se escondió para no
ser conocido por él. Quiso conocer a Jesús pero se atrincheró para que Jesús no
lo conociera a él. De paso le robaría una bendición y además les contaría a sus
seres queridos o amistades: —Yo lo conocí, yo lo vi. ¿Sabe Usted cuánta
gente hoy dice que conoce a Jesús pero no permiten que él los conozca? Tanta gente viene, pero se esconden en sus
escondrijos. ¿No fue ese el pecado de Adán y Eva? Después de haber infringido
la ley se escondieron detrás de los árboles. De eso hay algo en nosotros. Es parte de nuestra naturaleza que queremos
lo de Dios, queremos conocer, queremos (yo hasta diría robarle) una bendición,
queremos por ahí poder testificar:
—Yo conocí a Jesús, yo vi sus milagros, yo vi como
oraba, yo estuve en una reunión, estuve
en una plataforma muy alta, estaba observando como los ciegos veían, como se
levantaban los paralíticos. Pero si de pronto le preguntan:
—¿Y que te dijo?
—No,...nada. Porque... yo no me abrí... yo no me
dejé conocer...
Cuando Jesús se detuvo, Zaqueo se puso contento. Justo paró aquí y va
a obrar milagros a la sombra donde yo estoy..., pensó. Se quedó quietito... Que
cerquita estoy de Jesús... ¡cómo voy a contar las cosas que hizo, los milagros
que he visto! El Señor entonces vuelve
la cabeza hacia arriba y dice:
—Zaqueo... ¡Uy que desgracia! Conoce quien soy,
me conoce por nombre...
—Baja del árbol.
Qué humillación delante de todos para éste
servidor público; un funcionario público bajando del árbol... Cómo el Señor
sabe humillarnos, ¿no?
—Porque hoy es necesario que yo pose en tu casa.
No te conformes Zaqueo con conocerme de lejos.
Yo tengo una bendición más grande para tí. Si eres capaz de bajar del pedestal donde estás encaramado y abrir la
puerta de tu casa, yo entraré. Y no solamente tendrás la posibilidad de contar
que conociste a Jesús, sino que además te convertiré, te haré un hijo de
Abraham.
Si quieres recibir el testimonio del Espíritu Santo
de la boca de Jesús, el Hijo de Dios, “Hoy ha venido la salvación a esta
casa, porque él también es hijo de Abraham”, entonces hoy es necesario,
no es una opción, tendrás que dejarme entrar en tu casa.
Descendió, le recibió en su casa. Ahora es
cuando tu casa puede ser morada de Dios. Abrió la puerta de su casa. No
extendió una mano y robó una bendición: Ah, el Señor me sanó y me bendijo y me
properó. Sino que abrió la puerta de su casa y dijo:
—Si esto
va en pérdida de mis intereses económicos, venga en pérdida. Aunque esto vaya
en pérdida de mi honor y reputación yo admito mi pecado. Si esto resta a mi
influencia como hombre de bien y quedo descubierto delante de los colaboradores
y funcionarios bajo mis órdenes, —porque no estaba solo en su casa, sino que
dice la Escritura
que se paró delante de todos y confesó su pecado—, que venga. Pero tendré la gloria de que él
entró a mi casa y me cambió, me transformó, me limpió.
Hermanos, tantas veces y por tantos años vimos a Jesús
pasar. Hemos tendido nuestras manos, muchos hemos tocado el borde de sus
vestiduras, fuimos sanados, recibimos bendiciones. Muchas veces vino él a
nosotros, vino él a Jericó, vino él a Samaria, vino él a Galilea... vino él a
nosotros. Fuimos tocados, tuvimos experiencias gloriosas. Caímos bajo el
poder, sanados, con gozo, con hablar en
lenguas, pero todavía la llave de nuestra casa está en nuestro bolsillo... en
nuestras manos... Ya es el tiempo que vayamos a él. Es tiempo que nosotros nos
abramos a él. “Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente”. No nos
acostumbremos, hermanos, a que cuando vengan ministerios que trabajan, luchan,
ayunan, oran y traen un tremendo ambiente de la gracia de la gloria de Dios
y... oh, que hermoso fue...solamente lo disfrutemos.
Llega el tiempo cuando el Espíritu Santo traerá
conciencia a cada corazón, a cada niño, a cada joven, a cada grande, de empezar
a ir a adorar a Dios. No a esperar que
me hagan un cultito, sino que a un encuentro personal con un Dios personal.
Haya uno, haya diez, haya doscientos, haya cuantos hubiera, yo voy a abrir la
puerta de mi casa, Le voy a ofrecer mi adoración, Le voy a dar mi amor, me voy
a descubrir al abrir la puerta de la casa. A Zaqueo Jesús le descubrió todo lo
que estaba mal. Este hombre tenía dos
posibles respuestas. Una era: —Ah, no, no puede hacer eso, ¡imagínese qué
pueden pensar mis subordinados! Toda mi gloria, todo mi honor,... me voy a
quedar más petiso de lo que soy ahora, porque mi imagen va a caer
en los ojos de mi pueblo.
Pero respondió diciendo: —No me importa, yo
quiero tener este testimonio que dice“Hoy ha venido la salvación a esta
casa.”
Déjeme decirle un poquito en cuanto a la casa, a
la familia. No quiero ser dogmático, pero si abre la puerta de su casa, él va a
entrar a morar en su casa, no porque será un cristiano que profesa una
religión, que va al templo a adorar y que vuelve a su casa, sino que Usted será
morada de Dios y su casa será habitada por él. El ambiente de la presencia de
Dios estará allí.
¿Quién convenció al mismo Zaqueo de su pecado?
El ambiente de la presencia de Cristo, al entrar en la casa, la convicción vino
sobre él. No necesitamos más religión en nuestras casas, no necesitamos más
doctrina; necesitamos vivir el evangelio que hemos oído. Necesitamos abrir
nuestros corazones y ser cristianos genuinos, no cristianos de los templos, no
cristianos de los domingos u horas de culto. Ser cristianos teniendo conciencia
plena de que él es el huésped invisible en mi mesa, oyente silencioso en mis
conversaciones.
Si hay alguien que abra la puerta, no solamente a él
le conocerá el Señor, le dará sus milagros y sus bendiciones, pero por haberse
descu bierto, por haber salido de la fronda del árbol que lo
ocultaba, ese halo de la presencia de Dios irá también a santificar su casa.
Y cuando lo recibió en su casa se dio cuenta de
la condición de su corazón. Cuando dejó entrar a Jesús en su casa que es, en
otras palabras, que él quería conocer a Jesús, ¡resultó que Jesús lo conoció a
él! Al abrir su casa, Jesús entró y conoció a Zaqueo.
El apóstol Pablo empieza diciendo: “Cuando
conocimos...”, pero entonces cambia y dice: “cuando fuimos
conocidos por él”. ¿él te conoce? Sí, te conoce por nombre. ¿Pero le
abriste la puerta de tu casa? ¿Tal como soy, sin más decir?
—Si
tengo que cambiar algo, lo voy a cambiar; si tengo que cambiar todo, lo voy a
cambiar, pero... ¡entra Jesús!
—Si tengo que dar marcha atrás, si tengo que
retirar mis dichos, si tengo que cambiar mis conceptos, si tengo que
arrepentirme de mis palabras, me voy a arrepentir, no tengo nada que perder...
Por la gloria de la excelencia de que él haya entrado en mi casa.
Y de ninguna manera, querido hermano, seamos quienes
seamos, tendremos plena luz y conciencia de nuestra indignidad, de nuestra
bajeza, de nuestra pecaminosidad, sino hasta que lo dejemos
entrar a él en nuestra casa. Puedes conocerlo de paso, puedes conocerlo en los
cultos, puedes conocerlo haciendo milagros, puedes aplaudir, cantar hosannas;
pero no en muchas casas entró él. Sin
embargo, es necesario que Jesús entre a nuestra casa, porque Zaqueo se dio
cuenta de la condición de su corazón y tomó conciencia de pecado y bajo
convicción de pecado se arrepintió después que Jesús hubo entrado a su casa.
Fue entonces que públicamente confesó. Y allí fue que vino para él de la boca
de Jesús el testimonio: “él es hijo de Abraham y ha venido la salvación a
esta casa”. De la boca de Jesús salió el testimonio de que era hijo de Abraham,
y que había venido la salvación a esa casa. ¿Cuándo? Cuando lo dejó entrar,
cuando lo recibió en su casa. Es más que ser bendecidos, es mucho más que tener
un lindo culto. Queridos hijos, queridos jóvenes, queridos grandes, él te
conoce por nombre, déjalo entrar... Deja penetrar la luz eterna en tu ser, deja
que esa luz te escudriñe por dentro, deja de esconderte, deja de venir con tu
arbolito al culto, o con tu sombrilla por las dudas. El que pierde es uno.
Yo quiero abrir la puerta de mi casa. ¿Adónde huiré de
tu presencia? ¿Adónde huiré de tu Espíritu? ¿Adónde? Señor, si Tú me conoces. Detrás
y delante me rodeaste, sobre mí pusiste tu mano y mi embrión vieron tus ojos.
Me conoce por nombre ¿Quién le dijo? ¿Alguien le chusmeó? No, él le miró y le
dijo: —Zaqueo, ya antes de la fundación del mundo te vi encaramado en ese
árbol; te conozco. Tú quieres realmente conocerme, Zaqueo? Déjame entrar en tu
casa, deja que Yo te conozca a ti.
Querido hombre, ¿hasta cuando estarás escondido
detrás de tus religiones y conceptos? ¿ Por qué no abres tu corazón y le dices
como el rey David “Escudriña mi corazón. Pruébame, oh Dios, y ve si en mí
hay caminos de perversidad.” Cuando dice prueba mis pensamientos quiere
decir prueba mi intención.
¿Qué es lo que me motiva? ¿Hasta cuándo,
querido, vas a esconderte? Charlas con otros escondido allí en el árbol y te
vas. Y salimos a testificar por la calle: —Vimos a Jesús... ajá... —Y
vimos milagros... está bien, no está mintiendo. Me gusta esta canción “He
visto a Cristo” pero sé que él me vio también y entonces todo lo que viví ya no
me importa, porque nunca jamás seré el mismo de entonces.
Yo no pregunto
esta mañana cuántos conocen a Jesús porque con tanto tiempo en la iglesia
seguramente han visto milagros y han visto a Jesús obrar. Yo sé que lo
conoces, pero déjame preguntarte de otra manera: ¿Te conoce él? ¿Te dejaste
conocer?
Voy a darle algunas escrituras.
La parábola de las diez vírgenes. Las fatuas
vinieron y dijeron: —Déjanos entrar. Mas
él les dijo: —Yo nunca os conocí.
En otro evangelio leemos:
—En nuestras plazas has predicado, delante de Ti
hemos comido, en Tu nombre hicimos milagros.
—Apartaos de mí, hacedores de maldad, nunca os
conocí.
¿Me entiende?
—¡Pero te conocemos Jesús! Usted sabe que
también demonios vinieron a postrarse delante de él diciendo: —Jesús, te
conocemos.
¿Y eso qué? ¿Te conoce él a tí? A unos les dijo: “—Entren benditos...” , y a otros:
“—No, no pueden entrar, porque no me dejaron conocerlos. Fueron bendecidos mas
no se dejaron conocer...” Conóceme,
oh Dios, escudriña mi corazón. Te abro mi corazón, no importa la revolución que
esto produzca, conoce mis pensamientos.
Con razón Dios
dijo de David: “Hallé un hombre conforme a mi corazón”. Porque David se desnudó
en su presencia y rogó: “—Señor, en pecado fui concebido, en maldad fui
concebido, en pecado fui formado. Conóceme, yo no me conozco. Por favor
escudriña mi corazón”.
¿Dejarás que él te conozca? Sino, puedes esperar a que él diga: —Nunca
te conocí.
Zaqueo exclamó: —Yo lo conozco. Jesús respondió: —Pero Yo no te conozco. Sé
que te llamas Zaqueo, pero déjame entrar, déjame alumbrar, déjame transformar.
Me imagino que Zaqueo mandó avisar a la casa que
rápido fuesen y escondiesen las cosas, pues iría Jesús. Nosotros sabemos cómo
barrer la casa y poner la basura debajo de la alfombra. Sabemos como abrir el
ropero el domingo a la mañana y colocarnos la máscara de evangélico para cantar
glorias en la iglesia; después venimos y la colgamos y otra vez ser lo que
realmente somos.
En una de esas los estoy acusando, pero yo sé que
cuando él entra saca a luz. ¡He visto tantas cosas en este tiempo! Sin siquiera
predicar, y con gente que no ha tenido en su mano una Biblia, cuando abrieron
su corazón entró Jesús y empezaron a confesar, revelación del cielo, conciencia
de pecado, conciencia de la misericordia de Dios. Eso está pasando en todo el
mundo. ¿Cómo es posible? Y por otro lado, ¿cómo se explica que una persona de
años de crianza en el evangelio, está
escondido, y escondiendo cosas debajo del poncho? Nunca se dejó
conocer.
Acá estoy, Señor, conóceme. Conóceme, alúmbrame,
transfórmame... Y le cito solamente otro pasaje. Dice que algún día lo
conoceremos como fuimos conocidos por él.
Pongámoslo en otras palabras, le conoceremos si
fuimos conocidos por él. Pongámoslo en otras palabras... Le conoceremos tanto
cuanto nos hemos dejado conocer por él. Desnúdate en su presencia, de todos
modos no hay nada oculto en Su Presencia. Sus ojos son como llamas de fuego; él
sabe que tú eres un Zaqueo; no importa que te creas gigante, él sabe que eres
petisito... No importa tu función pública o lo que sea... déjate conocer. Abre
a él tu corazón. ábrete. ábrete.
Tanta gente me dice: —Pastor, cuando abrí mi
corazón Dios me mostró cosas que yo nunca había sacado a luz. Recién pude ver
que eso es abominación delante de Dios cuando le abrí mi corazón y él entró. Y
ahora yo quiero sacar fuera esto inmundo."
Esa fue aquella predicación. Y quedó claro: El No
os conozco de la parábola no tiene que ver con el “conocimiento” de Dios,
pues él está en todas partes y todo lo ve. Nada Le está escondido, desde lo más
alto del cielo, de donde vino, hasta lo más profundo del infierno, por donde
pasó para dejar allí nuestros pecados. Obviamente, no es un
conocer de lo externo, pero tampoco es un querer conocer lo profundo en
nosotros, lo escondido, porque también ya conoce hasta lo más recóndito de nuestro ser.
¿Entonces, de qué clase de conocer habla?
Las palabras de
Jesús no hablan de “conocimiento”. Conocer , dijimos al principio, implica una unión,
y el diccionario nos enseñaba que conocer es averiguar la naturaleza
y las cualidades de algo. Lo que
Jesús está diciendo no es “abre la puerta de tu ser para que yo pueda saber lo
que hay en tí”. él ya lo sabe.
Lo
que dice es:
—Abre
tu ser para que Yo entre.
él
quiere hacer morada en nuestros corazones. Si las diez vírgenes representan a todos los redimidos, a toda la
iglesia, ¿puede ser que Jesús esté advirtiendo con esta parábola que tanto como
la mitad no lo dejan entrar en sus vidas?
Y otra
vez,...
¿Muestran los contextos de estos pasajes que se puede ser cristiano, y obrar hasta milagros, y a pesar de eso
quedar excluído de la comunión eterna con nuestro Salvador, solamente por no
haberle dejado entrar en nuestro corazón?